Un imaginante no se conforman con retratar la realidad, la dibujan como debiera ser.
Gabriel Figueroa, a la edad de veinte años, se subía a la azotea para aprovechar en sus fotografías el momento exacto en donde había más luz.
Figueroa aprendió con el arte de Leonardo da Vinci los secretos de la iluminación. Consideraba que el fotógrafo era dueño de la luz.
Si algo no estaba bien en el paisaje, había que modificarlo.
Cuentan que en alguna ocasión, al filmar una película la producción demoró por varios días. Le preguntaron cual era razón de la demora, su respesta fue -las luces no se acomodan como yo quiero. El dueño de la luz ordena-.
El ojo de Figueroa no solo retrató a Mexico, lo dibujó con una imaginación que hizo hablar al paisaje con el idioma de la luz.