Nunca importará el como pasó,
ni el porque. Pasó y punto.
Podrá ser jodido,
podrá haberte partido la madre,
podrá haberse derrumbado tu universo.
Y sabes, tampoco importará.
Hay circunstancias que están fuera,
y de las que no tienes control alguno.
Es como es, y cargas lo tuyo, no lo ajeno.
Entonces llega después del velo,
después de ver solo el árbol;
que el bosque se vislumbra.
Se amplía y el cielo parece menos gris.
A la par de la conciencia de no ser inmune,
pero tampoco culpable;
la raíz se agita, y empieza a crecer.
La implosión pasa, y trae calma.
Es ahí, cuando el reflejo te saluda
y la brisa por fin baña tu rostro,
que te das cuenta que no has perdido.
Y te tienes a ti, y no hace falta más.
Y tienes brazos apoyados en tu hombro,
no para hundirte, para animarte.
Y llega la convicción del Fénix,
te levantas y ves tus manos,
sonríes, lo has logrado.
Y así, empiezas, poco a poco;
a reconstruir tu Universo.