No existía forma alguna de frenar deseo que nos consumía desde que nuestros cuerpos rozaron el infierno de arder juntos. La química es magistral, única e insoluble. No hay límites ni pudor. Solo la salvaje y primitiva esencia sexual que nos arrebata y domina a placer.
Cerrando la puerta del cuarto todo el mundo se desvanece. Éste hotel testigo de cada pedazo de morbo y perversión que nuestras mentes imaginan. Sin prisas, con ganas de reventarnos de gozo, de placer y fluidos. De llenarnos de saliva y sudar mares. De éxtasis con nuestro aroma y nuestros jadeos. Con las palabras que nos explotan y los sonidos golpeados entre las paredes.
Así es cada encuentro, cada sensación cuando la puerta separa lo ordinario de nuestros extraordinarios embates. Esperando la siguiente ocasión, con nuevos juegos y bríos renovados. Por sentirnos, por unirnos, por empalmar sin piedad tu sexo con el mío. Te espero mi cielo. Hasta otra ocasión.
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